viernes, 15 de diciembre de 2006

La Muerte del Pensador.


Recuerdo que desde niño crecí con una curiosidad y prejuicio hacia los masones, se tejían muchas historias misteriosas que nunca tuve como comprobarlas, hasta que sin querer la vida me topo con algunos de ellos ahí entendí muchas cosas de su sociedad y nació en mi una franca amistas y simpatía hacia ellos, en estos momentos en que una guerra por motivos religiosos tiene a todo el mundo en crisis, en que en algunos estados de EE.UU. se prohíbe enseñar la teoría de la evolución y se remplaza por el génesis de la Biblia, en que en Chile se Sataniza el aborto y la eutanasia, en que veo a jóvenes abrasando doctrinas y dogmas sin siquiera cuestionárselo me parece bueno rescatar este escrito Masón del año 1892 publicado en la Revista Masónica de Chile el 2 de diciembre de 1990, al leerlo me hizo, como dice Fiscales Adoc, no sentirme tan solo saber que no soy el único que tiene una visión critica de la iglesia, espero que como a mi este articulo los haga reafirmar sus posturas y encender su espíritu.


Aquilo puedes descargar en PDF:
http://www.gigasize.com/get.php?d=0cbkqkwdd7d



................................Mario Elias..............................



LA MUERTE DEL PENSADOR

*Borja Orihuela Grez.

I

Mi hora ha llegado. Voy a penetrar en el seno del infinito. La materia que encierra mi alma se desorganiza con rapidez, y libre de los lazos que lo atan a la tierra, mi espíritu se desprende de mi cuerpo, como árbol desarraigado poco a poco por la azada del labrador.

II

Yo no tengo en mi ultima hora de vida terrestre el consuelo de un fe comunicada por otro; pero me asiste y conforta en tan solemne momento, la tranquila convicción de una creencia personalmente adquirida.

Las monótonas exhortaciones de un sacerdote, no vienen a mezclar su fastidioso rumor a los entre cortados sollozos de los que me aman y velan junto a mi lecho; pero nadie tampoco tiene la osadía de hablarme de un Dios forjado en la tierra, el cual no acepto, ni me impide elevar mi espíritu al verdadero Creador del Universo.

III

Ritos, sacramentos, dogmas ¡ podéis servir de puente para llegar a la eternidad a los moribundos vulgares; pero vuestra ficticia grandeza no alcanzara jamás a impresionar a las almas cultivadas ¡

¿De que habéis servido a la humanidad, OH religiones? ¿Acaso para opacar el espíritu de los mortales, cortando su grandioso vuelo, o para armar el brazo del hombre contra el hombre, por diferencias de doctrinas?

Yo no conozco en la historia de la humanidad religión alguna que haya producido el bien sin esclavizar el espíritu, sin convertir en siervo el soberano del planeta. ¿Cuál de todas ellas ha calmado el dolor sin matar la sensibilidad moral?

¿Cuál ha hecho germinar la virtud sin producir el terror?

IV

Si la religión tiene por fin principal enseñarnos a conocer a Dios, ¿Cuál de las profesadas por el hombre nos ha comunicado una idea racional de la divinidad? ¿Cuál no ha desfigurado hasta lo increíble esta idea sublime, convirtiéndola en la más incomprensible aberración?

Si la religión tiene por fin hacer virtuoso al hombre, ¿Cuál de ellas a conseguido por si sola moralizar a los pueblos, sin valerse de la amenaza del brazo secular en la tierra y del satánico en la eternidad?

Por ultimo, si la religión tiene por fin encaminar nuestros pasos en dirección al cielo, ¿Cuál de ellas nos muestra un paraíso en armonía con nuestras aspiraciones, con nuestro anhelo infinito de progreso, con nuestra insaciable sed de amor? Y, sobre toso, ¿Cuál no nos exige, en cambio de ese cielo en perspectiva, una abdicación completa de nuestras mas nobles facultades intelectuales?

V

Pobres, bien pobres beneficios han ofrecido las religiones a la humanidad, y, en cambio, ¡cuanto la han explotado, cuanto la han hecho sufrir, cuanta sangre se ha derramado por su causa!

Desde los valles del Nilo, del Ganges y la Mesopotamia hasta las selvas de América, la tierra se ha fecundado a través de los tiempos con los cadáveres de las victimas de las persecuciones religiosas.

¿Qué no han arrollado, que no han destruido, que no han asolado, el empuje fanático y la espada sanguinaria del sectario?

Desde que el ser racional apareció en la tierra, la religión ha sido su peor cuchillo, su más terrible azote, su más espantosa calamidad.

En todos los tiempos y por donde quiera, el sacerdote se a empeñado en destruir para su provecho la obre de Dios, embruteciendo las masas, apagando los espíritus, aterrorizando a todos.

VI

La India, la China, la Caldea, la Fenicia, el Egipto, todas las naciones antiguas nos subministran los mas tristes ejemplos de la abyecciòn en que puede sumergir a los pueblos la perniciosa influencia sacerdotal.

Imperios poderosos, cunas reconocidas de la civilización, y que, sin embargo, han vivido y han muerto sin que sus innumerables pobladores supieran jamás que, en medio de ellos, ardía un gran foco de luz, que solo debía iluminar a las generaciones futuras. Si la ciencia de los sacerdotes indios, egipcios y caldeos era buena, ¿Por qué no la comunicaban al pueblo? Si era mala, ¿Por qué la cultivaban entonces?

VII

Y, ¡La Grecia misma! Sus innumerables escuelas, su portentosa civilización, no impedían que su pueblo viviese subyugado por los sacerdotes del paganismo y que las clases directoras de la sociedad les rindiesen también tributo de sumisión, de dinero y de culto.

¿Es acaso que la humanidad aya necesitado siempre para ser feliz, creer en algo sobrenatural y fantástico, o que el hombre este condenado a ser conducido por otro en lo que se relaciona con la eternidad?

VIII

De la pobrísima Galilea surgió el cristianismo que, es su principio, pareció ser la antorcha destinada a iluminar para siempre la mente de los pueblos, el bálsamo infalible y constante de los dolores humanos. Y bien, ¿Cuáles han sido los frutos de bendición que ha producido el cristianismo?

Cansado de las persecuciones del politeísmo pagano, pacta con el, acepta las exterioridades de sus ritos, y lo hiere de muerte.

En seguida, despoja al difunto de su brillante túnica de oropeles, se reviste con ella, y se presenta al mundo imponiéndole su doctrina, apoyado por el brazo secular de los seguidores de Constantino.

Llegan los bárbaros a Europa y la nueva religión hace de ellos su presa.

Es verdad que los domestica, los suaviza, los amansa; pero en cambio los despoja de su viril entereza y en cambio los convierte en una manada de siervos de la cogulla, que se transforma en leones cuando su ardor fanático los empuja al Asia a combatir con los musulmanes.

¡Y esta es la religión de la tolerancia, de amor y caridad!

Los Papas dominan el mundo desde su trono inviolable, y ofrecen los tesoros del cielo a cambio de las riquezas de la tierra.

Los herejes perjudican al ortodoxo rebaño y es necesario exterminarlos.

El cadalso y la hoguera se levantan por todas partes; y en el nombre de Cristo, símbolo de amor, de tolerancia, de magnanimidad, se quema, se mutila y se atormenta, en donde quiera que se descubra a un hombre que piensa sin la ayuda del sacerdote, un padre que enseña a sus hijos lo que dicta su razón y conciencia, un ser, en fin que eleva su alma a Dios sin el auxilio del romano ritual.

IX

¡OH! Si el cristianismo ha civilizado y a redimido al mundo, ¿Por qué a la luz de los primeros destellos de la filosofía del siglo XVIII, solo se pudo contemplar el tristísimo cuadro de cien razas degradadas y envilecidas, de cien pueblos esclavizados e ignorantes, de millones de hombres demacrados por las torturas de la servidumbre?

¿No es acaso este mismo el espectáculo que nos ofrece la humanidad pagana, en las postrimerías del politeísmo?

¿En donde esta entonces la regeneración del mundo por el dogma cristiano?

¿A que pueblo a civilizado con las predicciones de sus sacerdotes? ¿A que familia humana a redimido de una esclavitud, sin someterla a otra? ¿A que hombre, siquiera ha consolado en su dolor, sin exigirle después un tributo de servilismo intelectual?

Misiones de sable y sotana han recorrido el planeta en todas direcciones, predicando el evangelio; pero toda su obrase a reducido a enseñar unos cuantos dogmas, jamás una verdad científica; a levantar templos suntuosos en medio de los pobres, sin ayudarles nunca a reedificar su cabaña; a mostrar a Roma como sol del mundo, del cual todos debemos esperar el bien y la luz, sin que una vez siquiera se hayan preocupado de enseñar al ignorante la verdadera posición y la poca importancia de la tierra en el espacio.

X

Si algún católico me escuchase hablar así, ¡como se afanaría en probarme que su religión ha sido la bienen hechora del mundo, la redentora de la humanidad! Y, si me escuchase un musulmán, un cismático, un protestante, un budista ¿Cómo se esmeraría también en defender sus sectas, calificándolas de bálsamos de consuelo, de focos de Purísima luz, descendida directamente de la divinidad, para iluminar la conciencia humana!

Y bien, ¿Cuál de todas esas religiones posee la verdad? Lo que una afirma, otra lo niega; y todas se maldicen, excretan y combaten recíprocamente.

Y, sin embargo, todas ellas se dan el calificativo de verdaderas y se dicen reveladas por Dios.

Todas tienen una respetable antigüedad y cuentan con millones de sectarios. Todas pretenden probar la veracidad de sus dogmas por medio de libros que llaman sagrados. Pero todas ellas también, han desfigurado la idea innata de la divinidad, y nos muestran un Supremo Señor del universo ¡con todas las debilidades, con todas las imperfecciones, con todos los vicios del hombre! ¿En donde esta, en los santuarios de las religiones, el altar del verdadero Dios?

Del Dios que ama y no maldice; que vela por sus criaturas, sin exigirles tributos de dinero; que les ordena amarse mutuamente, sin atender a la doctrina que prepesan; que no impide a la inteligencia humana alzar su vuelo en busca de la verdad; y, por fin, que no condena al hombre a suplicios eternos, por delitos que puede borrar una penitencia temporal.

¡Ah! ¡Legisladores religiosos del mundo! Si habéis forjado vuestros dioses a vuestra imagen y semejanza, ¿Por qué, al menos, no les habéis dado el atributo de todo padre de familia terrestre, que desea siempre la corrección de sus hijos, jamás su perdición irreparable?

XI

¡Dios!...

Yo nunca e dudado de la existencia de un ser infinitamente perfecto, creador y conservador de cuanto existe. Todo en el Universo me habla de El. Todo en la naturaleza modula su excelso nombre; todo en nuestro propio corazón nos impulsa a presentirlo y adorarlo.

Más, el Dios que nos pintan las religiones humanas, ¿es el mismo de quien la naturaleza, el Universo y el propio corazón, hablan al hombre en todos los instantes de su vida?

Hay bálsamos maravillosos que curan los males humanos con prodigiosa rapidez. Apenas se les toma, se siente un bienestar inefable, que nos hace conocer que hemos aplicado el verdadero remedio a nuestra enfermedad. Pero también hay groseras falsificaciones de esas benéficas sustancias, que están muy lejos de producir el mismo resultado. Cuando por desgracia se nos propina una de esas falsificaciones, en vez del legítimo medicamento, muy pronto conoceremos los efectos del engaño del que hemos sido victimas.

¡Dios es el bálsamo universal para todos los dolores del alma!

Cuando esta acaricia por un instante siquiera, algo que se aproxima a la verdadera idea de la divinidad, un consuelo inefable inunda nuestro ser, nuestra inteligencia se despeja, nuestra esperanza renace, nuestro corazón late con jubilo; y comprendemos que todas las amarguras humanas, no son sino brumas oscuras que se disipan ante la luz que refleja en nuestra alma la imagen del Altísimo.

Mas, cuando buscamos a este en los altares de los hombres; cuando pedimos consuelo a esas divinidades iracundas y vengativas, forjadas por los sacerdotes para aterrorizar a los fanáticos, ¡que diferente sensación experimenta entonces nuestro ser acongojado!

Nuestros pesares se aumentan, nuestro espiritu se acobarda, nuestro corazón desfallece, y una duda desesperante se apodera de nosotros, hasta que viene a reemplazarla la insensibilidad más absoluta.

¡OH! Si ¡Dioses ante quienes las multitudes se postran reverentes en las soberbias catedrales que la vanidad os ha erigido! No sois otra cosa que groseras falsificaciones de la verdadera concepción del Gran Espíritu, el cual ni amenaza ni hiere, ni se venga de sus criaturas, por que es ¡toda misericordia y amor!

XII

Asombrosos son los progresos alcanzados por el hombre a trabes de los siglos; pero el Dios de las sectas, de los pueblos, de las razas, no ha cambiado. Siempre es el mismo terrible y vengativo Zeus, armado del rayo y dispuesto a lanzarlo sobre los pecadores, en un momento de cólera.

Es verdad que los sacerdotes cristianos han divinizado al dulce y manso Jesús; pero ¡Cuánto has desfigurado su carácter; cuanto han empequeñecido su personalidad, al alzarlo a los altares; como han falseado su doctrina! Aquel sublime hijo del pueblo, apóstol inspirado de amor y caridad, aparece ante nosotros como esos bondadosos soberanos, sucesores de algún déspota, que se ven precisados a continuar la obra de su antecesor para no contrariar a los grandes vasallos, que se mantienen en la altura, explotando la ignorancia y la sumisión de las muchedumbres.

Así también Jesús, el poético, el justo, el amantísimo Jesús, que en su corta y santa vida no hizo otra cosa que perdonar y consolar, sentado hoy en los terrestres altares, al lado del tremendo Jehová de la escritura judaica, nos amenaza también con los suplicios del infierno pagano, ¡y nos muestra igualmente a Satán como constante perseguidor de los hijos del Altísimo!

XIII

Y bien, ¿Cuáles han sido los beneficios producidos por este sistema de aterradoras amenazas? ¿En donde están los pueblos moralizados por el?

Si se observa el mundo con imparcial atención, se ve que la humanidad es hoy tan débil y corrompida como hace veinte, treinta, cincuenta siglos.

Las religiones han podido hacer de los hombres una tropa de siervos sumisos por terror al castigo; pero no han podido formar jamás ciudadanos obedientes por convicción y por deber.

Y ¡todavía se afirma que su obra ha sido eminentemente civilizadota!

Las generaciones se han sucedido unas a otras en el dominio del planeta, lo han transformado ene. Paraíso terrenal de la leyenda; pero la índole viciosa del hombre ha permanecido siempre la misma.

La corrupción pasada es la corrupción actual y será probablemente la futura.

Puede haber cambiado en mil ocasiones de teatro y de forma; pero su tendencia es siempre igual: el placer ilícito, obtenido con perjuicio del que lo busca o del extraño.

Y, si esto es así, ¡OH religiones! ¿En que ha consistido entonces vuestra obra redentora?

Pero, ¡que mucho, si habéis dado el nombre de virtud a esa cadena de rezos, torturas y privaciones, que hace fraternizar a vuestros prosélitos; y olvidado su verdadero carácter de vinculo reciproco de amor y caridad!

XIV

La vida en el universo es solo una constante transformación de sustancia y de seres.

¿Quién podría asegurar, que en una fragante rosa, no existen modificados, restos imperceptibles de algún pestilente cadáver? ¿Quién que de los que fueron ojos seductores de una mujer hermosa, no se a formado algún repúgnate y venenoso nsecto?

Y, así como el fin de la materia es transformarse constantemente, el de los espíritus es la eterna vida para la eterna modificación.

Cumple a nosotros mismos el hacer que este cambio incesante sea siempre favorable a nuestro perfeccionamiento. Más, si en el curso de tan larga senda, nuestra debilidad nos ocasiona tropiezos y deslices, las malas consecuencias recaerán exclusivamente sobre nosotros, sin que una divinidad airada y recelosa se declarar ofendida por nuestros extravíos y nos amenace con los rayos de su cólera.

¡Ah! ¿No bastan como castigo del hombre, los funestos resultados de su maldad, que todavía se va a herir con ella a un Dios demasiado susceptible, para que lo acabe de aniquilar?

XV

¡Mi hora ha llegado! Miserable átomo del Universo, voy a experimentar una nueva transformación. Las moléculas de mi cuerpo se incorporaran a la madre tierra, de la cual provienen, y mi espíritu seguirá su curso a través del tiempo y del espacio.

Allá como aqui, la idea de un dios infinito, de un verdadero padre Universal, acompañara mi alma y la acompañara en sueterna peregrinación.

No debe halagarme en este momento supremo, la engañosa ilusión de reunirme con ese Dios en un fantástico Cielo, que no puede existir en la forma que se promete a los creyentes por los sacerdotes de todas las sectas.

El Altísimo no concede a los espíritus imperfectos otros goces que aquellos que son compatibles con su estado de adelanto, y que pueden servirles para su desarrollo y progreso moral.

Además, la visión repentina y completa de la divinidad, deslumbraría nuestras almas hasta ofuscarlas, sin producir otro goce que un inefable aniquilamiento.

No. Dios, que nos acompaña invisible por donde quiera, no se nos muestra a sus criaturas sino por grados; pero su amor nos alienta y protege en toda circunstancia, como lo hace un padre con los hijos que ha engendrado ya quien esta en el deber de amparar en todas las épocas de la vida.

El que es el Padre Universal, me acompañara también en este supremo trance, aunque mi espíritu no pueda ni deba verle.

¡Ay! Pero mi cabeza se debilita mas y mas; mi corazón y mi cerebro se enfrían… mi sangre deja de circular…

Mi agonia se corta…! No me abandonéis!...

Es inútil todo remedio. La muerte ha llegado. Mi espiritu recobra su libertad y habré sus alas. ¡No lloréis!... ¡Amad mi recuerdo!... ¡El vuestro va conmigo!...

¡Adiós!...


*Borja Orihuela Grez escribió este articulo el 12 de marzo de 1892, dedicándolo a la memoria de un amigo fallecido “con toda la serena entereza del justo y verdadero racionalista”.


*

No hay comentarios:

Publicar un comentario